domingo, 19 de marzo de 2017

Mi autobiografía lectora y audiovisual de la niñez.

Puedo decir que reí y disfruté tremendamente leyendo Las aventuras de Zipi y Zape, aquellas historias llenas de humor y frescura que ocupaban mis veranos. Recuerdo el primer cómic que tuve de ellos, fue un regalo de mi tío, algo que se vé que le hizo mucha gracia por recordarle a su infancia y juventud  en casa de mi abuela junto a mi padre, su hermano, cuando juntos disfrutaban de las aventuras de los mellizos. Dicen que el gusto de los adultos recordando aquello que a ellos les gustaba en su niñez no es aplicable a los niños del presente, pero en este caso acertó, y mucho. A partir de ahí me aficioné a los cómics y ahora todavía releo Zipi y Zape a veces.

Las aventuras de Kika Súperbruja fue otra colección a la que me aficioné, recuerdo en especial Kika Súperbruja en el castillo de Drácula, probablemente porque supongo que siempre me gustó el tema de los vampiros, de hecho, veía habitualmente y con repetición (según dicen) la película El pequeño vampiro, film basado en la obra de Ángela Sommer-Bodenburg.


En esta historia el pequeño Anton ayuda a romper una maldición que había acechado a una familia de vampiros en el pueblo escocés donde él se ha acabado de trasladar. Allí sucedieron cosas muy fantásticas, se hizo amigo del más pequeño de los vampiros y juntos sobrevolaron los territorios escoceses de su municipio, u observó a vacas volando afectadas por la maldición de los vampiros, ya que estos se alimentaban de su sangre.



Empecé a coleccionar los cómics de las W.I.T.C.H., una publicación semanal o mensual (no lo recuerdo muy bien) que trataba las aventuras de un grupo de cuatro amigas con diferentes personalidades y distintos orígenes que habían sido dotadas cada una con un poder natural para proteger la muralla que rodeaba Kandrakar.


No todo fueron cómics, también leí, por regalo de este mismo tío, La isla del tesoro de Stevenson en versión adaptada. Algo que me hizo soñar con ser pirata y cantar la canción de la botella de ron.


Con Mickey Mouse aprendí secretos de los animales y tuve incluso una granja de cartón para guardar los libros.

Dentro de los más clásicos leí Cuentos para niños de Miguel Delibes, una edición ilustrada por Jesús Gaván, regalo de mi tío, y poemas de Gloria Fuertes, algunos en el colegio y otros en mi casa. De hecho, mi maestra de primaria era aficionada a los poemas de esta autora y todavía lo sigue siendo. Uno que recuerdo es el siguiente:

Doña Pito Piturra tiene unos guantes; 
Doña Pito Piturra, muy elegantes.

Doña Pito Piturra tiene un sombrero; 
Doña Pito Piturra, con un plumero. 

Dona Pito Piturra tiene un zapato; 
Doña Pito Piturra, le vino ancho. 

Dona Pito Piturra tiene unos guantes; 
Doña Pito Piturra, le están muy grandes. 

Doña Pito Piturra tiene unos guantes; 
Doña Pito Piturra, lo he dicho antes.

Por lo tanto en mi formación como lectora han tenido influencia: mi tío, persona especial que consiguió transmitirme sus ansias por la lectura, las modas de aquella época y los gustos de mi maestra de primaria.

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